La última vez que vio el sol, no pensó que sería testigo de su propia despedida.
Cristóbal, un pescador curtido por el salitre y los años, había salido al mar como lo hacía desde joven. Pero esa mañana el cielo estaba inquieto, como si presintiera lo que iba a ocurrir.
Los viejos del muelle lo advirtieron: “No es buen día pa’ zarpar”. Pero él tenía que hacerlo. Su hija cumplía años, y el único regalo que podía llevarle era una buena pesca.
A varias millas de la costa, la calma del mar se quebró de pronto. Un viento helado rugió como una fiera, y el cielo se rompió en rayos. Las olas se alzaron como montañas y su pequeña lancha fue tragada por el caos.