Pero es precisamente en esos instantes de silencio, de incertidumbre y de dolor donde la semilla de la verdadera fuerza comienza a germinar.
Porque el roble más fuerte no creció bajo cielos despejados; se templó en medio de tormentas, resistió vientos implacables y aprendió a hundir sus raíces más profundo cuando la tierra temblaba.
Así somos también nosotros.
En los días más grises, cuando parece que todo está perdido, es cuando se revela de qué estamos hechos.
Como la flor que brota en medio del desierto, como el amanecer que insiste en salir aún tras la noche más larga, nuestra esencia se enciende justo cuando el mundo nos apaga.
Las montañas no se forman de la calma, sino de la presión, los ríos no esculpen su camino evitando obstáculos, sino enfrentándolos.
Y tú, aunque hayas caído, aunque te sientas quebrado, sigues teniendo en ti el poder de volver a empezar, con más sabiduría, con más valor, con un corazón más fuerte.
No eres tu dolor… eres lo que haces con él.
No eres tu caída…eres tu decisión de levantarte.
No eres lo que perdiste…eres todo lo que aún puedes construir.
Que nunca se te olvide: la vida no espera a que estés listo, pero te da la oportunidad de renacer tantas veces como decidas intentarlo.
Y como el bosque que reverdece tras el incendio, como la mariposa que renace de la oscuridad de su capullo, tú también puedes volver a florecer… más bello, más fuerte y más tú que nunca.
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