sábado, 5 de abril de 2025

La luciérnaga y el espejo de roca.



En lo profundo de un bosque donde los árboles tocaban el cielo, vivía una pequeña luciérnaga llamada Alia. Todas las noches, ella salía a volar iluminando suavemente la oscuridad con su luz. Sin embargo, a diferencia de otras luciérnagas, Alia se sentía pequeña, inútil y opacada.


Un día, volando sin rumbo, llegó a una cueva escondida. Dentro, encontró una roca pulida como un espejo que reflejaba su luz mil veces, haciendo que la cueva brillara como un cielo estrellado.


—¡Qué lugar maravilloso! —dijo Alia—. ¡Aquí, por fin, mi luz parece grandiosa!


Y así, noche tras noche, regresaba a la cueva solo para verse reflejada. Dejó de volar por el bosque, dejó de jugar con sus amigas. Solo quería ver su luz multiplicada, sintiéndose especial.


Pasaron semanas… hasta que una noche, el bosque se oscureció más de lo normal. Una gran tormenta se acercaba y los animales, asustados, no encontraban el camino de regreso a sus hogares. Todos llamaron a Alia, pero no la encontraban. Ella estaba, como siempre, en su cueva-espejo.


Finalmente, un sabio búho la encontró.


—Alia, tu luz fue hecha para guiar, no para admirarse a sí misma.


La luciérnaga lo miró, avergonzada. Voló fuera de la cueva y, dejando atrás el espejo, comenzó a iluminar el camino para los demás, recordando lo que realmente hacía valiosa su luz: compartirla.


Moraleja:

No es el reflejo de lo que somos lo que da sentido a nuestra vida, sino lo que hacemos con nuestra luz para los demás. 

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