El estruendo fue tan fuerte que la tierra pareció sacudirse.
Inés abrió los ojos de golpe, el corazón acelerado sin razón aparente.
Una algarabía crecía afuera, voces alteradas, gritos que se cruzaban.
La mañana, que apenas despuntaba hermosa y serena, se había quebrado.
Aún en pijama, se calzó las chanclas y salió con su hijo Alejandro de 14 años, quien también se había levantado sobresaltado.
Cuando abrió la puerta, lo vio todo…
el caos, la gente corriendo, una nube de polvo flotando como humo.
Y entonces, Alejandro su hijo, con la voz temblorosa, le susurró:
—¡La casa de los abuelos!
El mundo se detuvo. Un enorme camión, cargado con metales, había bajado sin control por la colina
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