viernes, 11 de abril de 2025

El rugido del rio.

Era un domingo de esos que parecen haber sido escritos por la mano de Dios. El cielo estaba despejado y un sol cálido acariciaba la tierra. La brisa movía las copas de los árboles altos, y la vegetación verde vibraba con vida. En medio de ese paisaje, un padre y su hijo bajaban del carro con cañas de pescar y mochilas livianas, listos para una jornada de paz junto al río.


Caminaron dos kilómetros entre risas y conversaciones profundas. El padre, Ernesto, miraba de reojo a su hijo, Samuel, de 14 años, con orgullo. El chico había madurado en silencio, y ese día no solo era una salida de pesca, era una oportunidad para fortalecer el lazo que los unía.


Al llegar al río, todo era calma. El agua cristalina reflejaba el cielo, los pájaros cantaban y la vida parecía perfecta. Prepararon sus líneas y se sentaron en una gran roca al borde del agua. Durante horas, compartieron historias, silencios cómodos y el vaivén de la pesca. No sabían que, kilómetros río arriba, la tierra comenzaba a temblar.

Un desprendimiento masivo de una montaña cayó violentamente al cauce del río, desatando una avalancha de agua, lodo y piedras. El estruendo llegó segundos antes del impacto. Un rugido aterrador quebró la tranquilidad.


—¡Papá! —gritó Samuel.


Ernesto apenas tuvo tiempo de mirar al chico antes de que la fuerza de la naturaleza los separara. El agua los arrastró con violencia. Golpes, ramas, rocas. Samuel sintió cómo todo se volvía un torbellino.


Despertó jadeando entre ramas y fango. Sangraba de la frente, pero su instinto fue más fuerte: debía encontrar a su padre.


Solo, herido y asustado, Samuel se adentró en la vegetación siguiendo el curso del río. Gritaba el nombre de su padre mientras esquivaba obstáculos, con el corazón latiendo fuerte. Su cuerpo dolía, pero la determinación lo mantenía de pie.


Después de casi una hora de búsqueda desesperada, vio un brazo entre los arbustos. Era Ernesto, inconsciente, golpeado, pero vivo. Samuel corrió hacia él, lo sacó del agua y le hizo presión en una herida del costado. Con lágrimas en los ojos, lo abrazó con fuerza.


—¡Papá, despierta, por favor!


Ernesto tosió, abrió los ojos y sonrió débilmente.


—Lo hiciste bien, hijo… muy bien.


Samuel usó su camiseta como venda, armó una camilla improvisada con ramas, y caminó durante horas hasta encontrar señal para pedir ayuda. Fue rescatado junto a su padre, quien más tarde, en el hospital, le dijo:


—Hoy, tú me salvaste la vida.


Desde ese día, cada vez que vuelven al río, no solo pescan. Recuerdan que el amor, el coraje y la voluntad pueden ser más fuertes que cualquier avalancha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

TU OPINIÓN ES IMPORTANTE.....