lunes, 14 de abril de 2025

El camino de la selva

 


La selva no perdona errores. Lo supo cuando el último sonido del motor desapareció entre los árboles y entendió que estaba solo. Andrés, guía turístico con experiencia, había tomado un desvío que no aparecía en ningún mapa. Su instinto le decía que era un atajo... pero la selva tenía otros planes.

La vegetación se cerró a su alrededor como un puño verde y húmedo. El calor era espeso, casi líquido, y los zancudos le atacaban como si fueran parte del castigo por su error. Caminó sin rumbo fijo durante horas. El sol desaparecía entre las copas altas, dejando un mundo sumido en sombras y sonidos inquietantes.

Esa primera noche fue un infierno. Se refugió bajo unas ramas gruesas, armando un improvisado refugio. Oyó el rugido profundo de un jaguar en la distancia y el crujir de ramas muy cerca. En el río cercano, los caimanes flotaban como troncos a la espera de que algo —o alguien— cayera. No durmió. Sólo rezó, y recordó a su madre diciéndole que la fe era la brújula del alma.

El segundo día encontró frutos silvestres, aprendidos en su tiempo como guía, y agua de una liana que cortó con su cuchillo. Sabía que la deshidratación llegaría antes que el hambre. Al tercer día, vio a lo lejos lo que parecía una figura humana. Corrió... pero sólo encontró rastros: botas, latas vacías y huellas. “Grupos armados”, pensó con el corazón en la garganta. Se escondió entre arbustos hasta que la noche cayó de nuevo

La selva comenzó a hablarle. Los monos aulladores eran advertencia. Las aves que huían, señales. Andrés dejó de guiarse por caminos y empezó a leer la selva como si fuera un libro abierto. Encendió fuego con piedras y fibra seca. Usó barro para cubrir su olor. Aprendió a moverse en silencio, como lo hacían los indígenas que una vez conoció.

El quinto día, exhausto y al borde del colapso, divisó un claro y más allá... un poste eléctrico. Cayó de rodillas y lloró. A unos kilómetros encontró una pequeña finca, cuyos dueños lo recibieron como a un hermano perdido. Lo abrazaron. Le dieron agua, pan, y algo más valioso: humanidad.

Hoy, Andrés cuenta su historia con orgullo. No sólo sobrevivió a la selva: sobrevivió a sí mismo. Descubrió que el verdadero camino no era el que lo alejaba del mapa, sino el que lo obligó a encontrar la fuerza que dormía dentro.

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