Había una vez un caballo blanco de crin plateada que vivía encerrado en un establo de cristal. Lo cuidaban como a una joya: le daban la mejor comida, le cepillaban el lomo a diario y jamás le dejaban salir.
“Es por tu bien”, decían los humanos. “Allá afuera hay barro, espinas, viento... y podrías ensuciarte o herirte.”
Pero el caballo soñaba con galopar por los campos, sentir la lluvia sobre su lomo, hundir sus cascos en la tierra húmeda. Cada noche, miraba la luna desde su prisión de lujo y suspiraba.
Un día, una fuerte tormenta rompió una parte del establo. El caballo lo vio como una señal. Saltó entre los vidrios, se cortó una pata… pero siguió corriendo. Corrió sin mirar atrás. Y por primera vez, fue verdaderamente libre.
Pasaron los años. El caballo tenía cicatrices, su pelaje ya no era perfecto, pero brillaba con una luz distinta: la de la vida vivida. Otros animales se acercaban a escucharlo, atraídos por su mirada profunda.
Un potrillo curioso le preguntó:
—¿Por qué no volviste a tu establo de cristal?
El caballo sonrió.
—Porque entendí que vivir de verdad puede doler… pero vale cada herida si el alma respira.
🌱 Moraleja:
La perfección no está en evitar el dolor, sino en tener el coraje de vivir con el corazón abierto. La libertad deja marcas… pero también deja alma.
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