como el obrero al alba, sin protesta,
labra en silencio el cielo su diseño,
y alumbra cada historia que se gesta.
Trabaja la hormiga, firme y constante,
sin queja alguna, lleva su semilla,
con paso breve y alma palpitante,
construye el porvenir desde su orilla.
El castor traza ríos con paciencia,
su presa es el milagro del esfuerzo,
y en su madera escribe la conciencia
de hacer del día a día un universo.
El hombre, igual, transforma lo que toca,
sus manos son senderos de creación,
su mente, como el mar, jamás se agota,
y en cada intento nace una razón.
No hay árbol sin raíz, ni fruto honesto
sin tierra que se nutra en su labor;
el trabajo es la savia, el manifiesto
de una vida que busca su valor.
Mira la abeja, reina del taller,
teje en la flor un canto de nobleza,
y su panal —su templo y su deber—
es joya de equilibrio y de destreza.
El nido del gorrión, simple y sereno,
es cuna construida sin temor;
trabaja con amor, y no por menos,
le canta a su jornada con ardor.
El pulso del trabajo es melodía,
no pesa cuando el alma está encendida;
es llama que da forma a la alegría,
El colibrí no para, va y regresa,
su vuelo es como el tiempo: persistente,
y así la mano humana, con firmeza,
moldea los días con fuego inteligente.
El pan que se comparte no aparece,
lo amasa quien conoce su sudor,
y en cada trigo que el molino mece,
va el alma del que siembra sin temor.
Trabajar no es castigo, es ser semilla,
es darle al mundo forma con sentido,
es ser la luz que al viento no se humilla,
y el paso firme aún por lo no vivido.
Del coral al enjambre y la colmena,
la vida nos enseña sin hablar,
que el tiempo sin labor se vuelve pena,
y el pulso sin pasión no sabe andar.
El hombre que trabaja, se conoce,
es como el río que jamás reposa,
se eleva en su tarea y su derroche,
y aún en la tormenta, guarda rosa.
es como el río que jamás reposa,
se eleva en su tarea y su derroche,
y aún en la tormenta, guarda rosa.
No hay nobleza mayor que la constancia,
ni libertad sin huellas del sudor;
quien obra con amor, gana distancia,
y encuentra en su jornada su esplendor.
El zorro caza astuto, no por vicio,
la garza espera en calma su ocasión,
y así el que va al trabajo sin artificio
descubre en cada día su misión.
Y al fin, cuando la tarde ya declina,
y el mundo se recuesta en su rincón,
la historia del que lucha se adivina
brillando en su mirada… ¡con razón!
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