domingo, 16 de diciembre de 2012

La lección de la mariposa




Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo.
 Un hombre se sentó junto a él y observó durante varias horas cómo la mariposa
 se esforzaba tratando de que su cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero.
Le pareció que ella sola ya no lograría ningún progreso.

Parecía que había hecho todo
lo que podía, pero no conseguí agrandarlo. Entonces el hombre decidió ayudar a la
 mariposa: tomó unas tijeras y cortó el resto del capullo.

La mariposa entonces, salió fácilmente  Pero su cuerpo estaba atrofiado, era pequeño
y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola porque él esperaba que,
en cualquier momento, las alas se abrirían, y se agitarían, y serían capaces de soportar
 el cuerpo, que a su vez se iría fortaleciendo.

Pero nada de eso ocurrió. La realidad es que la mariposa pasó el resto de su vida
arrastrándose con un cuerpo deforme y unas alas atrofiadas. Nunca fue capaz de volar.
Lo que aquel hombre no comprendió, a pesar de su gentileza y su voluntad de ayudar,
era que aquel capullo apretado que observaba aquel día, y el esfuerzo necesario para
que la mariposa pasara a través de esa pequeña abertura, era el modo por el cual la
naturaleza hacía que la salida de fluidos desde el cuerpo de la mariposa llegara a las alas,
 de manera que fuera capaz de volar una vez libre del capullo.

En su afán de ayudar, de evitar un esfuerzo, o un sufrimiento, la había dejado
 lisiada para toda la vida.

Pedí fuerzas y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte. Pedí sabiduría y Dios me dio
 problemas para resolver. Pedí coraje y Dios me dio obstáculos que superar.
Pedí amor y Dios me dio personas para ayudar. Pedí favores y Dios me dio oportunidades.
 Quizá incluso no recibí nada de lo que pedí, pero recibí todo lo que precisaba.

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