Noche encerrada en el bosque. El viento sopla entre los árboles como un susurro antiguo.
Bajo la tenue luz de la luna, un pequeño conejo blanco tiembla herido solo buscando calor entre las sombras frías.
Pero no está solo por mucho tiempo de la oscuridad emerge un gato diferente. De pelaje negro oscuro, cuerpo robusto y una cola tan esponjosa como el abrigo de una madre. Sus ojos dorados no brillan con hambre, brillan con compasión.
El gato se acerca sin temor, no maúlla, no impone, simplemente se enrosca alrededor del conejo, cubriéndolo con su cola, como si tejiera un refugio de ternura.
El frío pierde su fuerza. La noche se vuelve un poco menos cruel, pero no termina ahí... con pasos lentos.
El gato regresa con pequeñas hojas y bayas silvestres. Las deja junto al conejo, quien ahora lo observa no con miedo, sino con gratitud.
Ambos se quedan allí en silencio, bajo el abrigo de los árboles y de una amistad improbable. El cazador ha elegido proteger.
El instinto fue vencido por algo más fuerte, el alma.
Y cuando el amanecer rompe el horizonte, no sólo nace un nuevo día, nace un lazo.
Una historia que jamás será contada por palabras, pero vivirá en la brisa entre las ramas, en los ojos dorados de un gato que eligió amar.
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